Una hoja llega volando hasta su cara, arrastrada por ese fresco viento de Abril, medio húmedo, medio seco; desolador… Las ramas se agitan, los días se acortan paulatinamente para darle paso a la reina noche y los pasos se le marcan acompasados por el crujir de aquel manto beige… Las calles vacías son ahora de los perros y de algunos seres que por alguna fortuita y extraña razón, prefieren el aire húmedo de una tarde gris a la luz de veinte pulgadas, el sol casero, el calor del hogar de tiro balanceado y el cómodo y aburrido encierro. Su vestido negro le marca las flaquezas y la confunde con el marco de la noche que se avecina. Quizás le sentarían mejor el rojo o el azul o el blanco, pero ella mantiene el luto por algún hombre que nunca tubo y ya ni recuerda y de todas maneras, de nada serviría recordar… Se mueve con delicadeza y cuidado, demostrando su poco interés por el correr de las horas y como denotando su fragilidad y su miedo a la gente; como un pájaro desconfiado de esos que
Una brillante calva sobresalía cual el último huevo tras la puerta de la heladera por sobre el mullido respaldo de un sillón blanco. Afuera, el mundo seguía su rutinario e imbécilmente maravilloso curso, pero él ignora el significado de los pasos apresurados y el tránsito alienante de la avenida. “… Yo no tengo prisa por morir, la sociedad corre ya sin recordar su rumbo sin saber a donde va, solo corre…” Decía. “… La gente lucha día a día por aprender un poquito más y así, viven por vivir preocupándose por lo material e ignoran que aprender a vivir les cuesta la vida…” Seguía. Edelmiro pensaba pachorriento; leía, escuchaba música y jugaba ajedrez solo. Eran las tres y media de la tarde, se sentía pesado y el relax que la anatómica forma del sillón le proporcionaba, parecía succionarlo hacia otro mundo. Y pasó la tarde, y en la radio escuchó estúpidos saludos y tecno-music y a Ricky Martin y a Pugliese; y la música ya no era distinta al tan esperado sonido que tiene el silencio, por